La pobreza siempre tiene dos caras: los que la sufren y los que ayudan a aliviarla. Davison y Gleydson, la madre Carla y su hija Tawany comparten sus diferentes perspectivas sobre una misma realidad: la pobreza que asola a las familias de Itambé.
Llegué a Itambé hace diez años. La mayoría de las casas aquí están hechas de plástico y materiales de desecho.
Siempre fue difícil contemplar esta realidad. Intentamos ayudar a las familias con lo que teníamos, pero nuestros esfuerzos nunca fueron suficientes.
El Evangelio es lo más valioso que podemos ofrecer. Pero ¿cómo podemos hablar del Pan de Vida a los niños y a las familias si están mendigando pan para sobrevivir?
Nuestro sueño era servir a la comunidad, y este sueño fue posible gracias a Compassion. Hace dos años abrimos por fin nuestro centro, unos meses antes de que la pandemia llegara a Brasil.
Mi madre tuvo siete hijos y nos crio sola cuando nuestro padre se fue. Mi madre trabajaba en el campo, pero no había suficiente dinero para alimentarnos.
Muchas veces solo teníamos un poco de harina o azúcar. Mezclábamos azúcar con agua y con eso pasábamos el día. Cuando mi madre llegaba a casa del trabajo, mentíamos y decíamos que no teníamos hambre, porque no queríamos verla triste.
Hoy, cuando veo la situación en la que vivo, pienso en mi infancia y oro para que Dios no permita que mis hijos sufran como yo.
Todavía recuerdo a un niño del centro Compassion que comía con mucha ansia. Después de comerse cuatro porciones, pidió otra. Le pregunté por qué comía así, y su respuesta me rompió el corazón: "Estoy comiendo mucho porque no sé cuándo podré volver a comer".
Todos los días, cuando llegamos al centro, siempre hay una cola de madres esperando para pedir ayuda. Sus hijos aún no están matriculados, pero saben que tenemos comida.
Nuestros teléfonos no paran de sonar, son familias que necesitan ayuda.
Me puse a llorar porque no me gusta ver a mi madre tan triste. Pero su rostro cambió por completo cuando llegaron los voluntarios del centro de Compassion con cestas de alimentos.
Estoy muy agradecida al centro y a mi padrino. Siempre nos cuidan y mi padrino me escribió que me quiere ¡me hizo muy feliz!
Estoy feliz de recibir ayuda, porque mi madre y mis hermanos también están contentos. El sueño de infancia de mi madre era ser enfermera, pero nunca lo consiguió. Hoy se ha convertido en mi sueño, quiero ser enfermera y que se sienta orgullosa de mí.
Cuando consiga un trabajo, compraré una nueva casa para mi familia. Vivir aquí es demasiado peligroso.
El impacto económico de la pandemia es visible en los rostros de las familias que esperan fuera del centro, esperando recibir comida
Siempre intentamos protegernos del virus y tener cuidado, pero el miedo nunca nos ha detenido. Nuestro centro se ha convertido en un refugio para los niños necesitados y hemos visto cómo ocurrían cosas hermosas.
Muchas personas de la iglesia se han movilizado y nos ayudan de diferentes maneras. A menudo los agricultores vienen a nosotros y dicen que les gustaría donar alimentos de su campo. Así que reunimos a los voluntarios del centro y pasamos el día recogiendo patatas, papaya y yuca.
Sabemos la ayuda que supone recibir alimento para familias como la de Carla y nuestro corazón se llena de gratitud a Dios cuando vemos sus sonrisas. Sabemos que no estamos solos en esto.
La comunidad en la que trabajamos está dominada por el tráfico de drogas y es peligrosa. A pesar de los riesgos, nos hemos ganado el respeto de todos con nuestro trabajo. Podemos entrar en cualquier momento, incluso cuando la policía no está allí. Glorificamos a Dios porque sabemos que esto es el resultado del trabajo del centro de Compassion.
En la actualidad, el 70% de los miembros de la iglesia son padres y madres de los niños matriculados en el centro. Esto nos llena de alegría porque, aunque el hambre es una dura realidad, nada puede sustituir el amor de Dios en sus vidas.
Antes, cuando me quedaba sin comida, iba a casa de mis parientes y les pedía algo para comer. La comida se acaba rápidamente en una casa con niños.
Ahora puedo contar con la ayuda de los voluntarios del centro siempre que la necesito. Ni siquiera sé cuál sería la situación de mi familia sin ellos, especialmente durante la pandemia.
Nos tratan con amor y eso es más importante que la comida. Nos ayudan con consejos, palabras de ánimo y oraciones ¡Qué especial me siento gracias a ellos!
Con tu ayuda, podemos darle a un niño la oportunidad de recibir ayuda y apoyo.
Apadrina ahora: juntos, podemos marcar la diferencia.
O ayúdanos con una donación. ¡Gracias por tu generosa ayuda!